Por @OmarGamboa
-Ni tanto que queme al santo... -
¿Quién no ha tenido arrocitos en bajo? ¿Quién no ha sido arrocito en bajo de alguien? Muchos, casi todos. Y Andrés no es la excepción:
Él la conoció por coincidencia, como suele pasar en estos casos. El flechazo fue inmediato aunque no obvio. Cuando su amiga Luisa le dijo "Mira Andrés, ella es Silvana" él se presentó naturalmente: -"Hola Silvana, ¿cómo estás?" le dijo con sonrisa ganadora. Al principio él no le prestó mucha atención, precisamente porque no quería ser muy obvio. Esa noche la situación no pasó del juego de miradas típico dos personas que se gustan. Andrés sabía que toda mujer, comprometida o no, disfruta sentirse observada, siempre y cuando no sea de manera obscena, cosa que él nunca fue. Al final de la noche quedaron en hablar nuevamente, pero no hubo intercambio de números, correos, facebook, twitter, agendas, fluidos, ropa ni nada que se le parezca. Andrés confiaba en que se volverían a ver gracias a Luisa.
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Al finalizar la rumba el grupo decidió seguirla en casa de uno de ellos y allá fueron todos a dar pero fueron cayendo alcoholizados, uno a uno. Todos excepto Silvana y Andrés, que sabían que no fueron a emborracharse, sino todo lo contrario. La física química era latente, la vibra casi que se podía palpar con los dedos. Cuando sólo quedaba un amigo, este estaba sobrio. Así que la solución no era esperar que se durmiera sino despacharlo. Fue Andrés el que le llamó el taxi y lo acompañó a la puerta. "Chao Camilo, no llame cuando llegue, por favor". Cerró la puerta y se dio vuelta inmediatamente. ¡Oh sorpresa! ahí estaba Silvana, a escasos 30 centímetros de él. Muy sigilosa. Y muy oportuna. Prácticamente le leyó la mente a Andrés. Él sin esperar la besó con mucha pasión. Era un beso que estaba esperando por meses. Fue un beso de esos que se dan con todo el cuerpo. No se sabía quién lo había ansiado más.
Después de ese primer largo y apasionado beso se detuvieron y, como sucede en las películas, Silvana arrinconándolo contra la pared empezó a desabotonarle la camisa y le dijo al oído "Andrés, esto es sólo un reconocimiento de cuerpos, ¿ok?". Él sintió morir, no por lo terrible sino porque debía estar en el cielo, con angelito y todo. Esa mujer respiraba sensualidad por cada uno de sus poros. Las cosas siguieron como venían... y ambos se dejaron llevar sin importarles que a pocos metros muchos de sus amigos estaban durmiendo la borrachera. Por el contrario, lo disfrutaron. Fue una noche maravillosa.
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Siguieron saliendo, se veían con frecuencia, iban a cine, a compartir con amigos, él la recogía en su trabajo, ella a él... en fin, era una relación que avanzaba muy bien. Andrés estaba sinceramente comprometido con Silvana, como hacía rato no le pasaba. Le entusiasmaba la idea de enseriarse, sobretodo porque se entendían muy bien; se la llevaban de maravilla. Pero como suele suceder cuando las cosas son demasiado perfectas, ella empezó a alejarse. Ya no se veían tan seguido, ya ella prefería dormir hasta tarde un domingo. Ya no salían los viernes; ella se iba... "con mis amigas, Andresito. Es que desde hace rato estamos posponiendo esta reunión y ya me da cagada con ellas". Todo eso era cierto, y él nunca lo dudó pero no por eso le era más fácil. Un poco desconcertado Andrés optó por hacer lo mismo y se alejó. Empezó a salir sólo con sus amigos y ya no la invitaba a todo. Si Silvana quería ir, bien, pero si no pues él no iba a dejar de hacerlo. Sensato.
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Una noche de cervezas una buena amiga le dijo a Andrés: "mira, esa vieja lo que es es una cocinera. Ella es la cocinera y tú eres su arrocito en bajo. Ella pone a calentar el arroz pero cuando siente que se está calentando como mucho, pues lo enfría. Y cuando ya está frío, lo pone a tibiar un poco, hasta que llega al punto en que lo vuelve a enfriar. Es simple". Y sí. Tras pensarlo varios días Andrés se dio cuenta que es así, que Silvana sencillamente lo tenía para pasarla rico. De acuerdo, lo quiere, le interesa, pero no tanto como para tener una relación seria. Él era su arrocito en bajo y debía aceptarlo.
Y lo aceptó, en el mismo instante en que decidió que aprendería a cocinar.